Iñárritu,
el Oscar y los migrantes
El
diálogo involuntario que surge entre el cineasta mexicano, Alejandro González,
y el actor norteamericano Sean Penn al momento que este último anuncia con una
fuerte expresión que explica luego como una broma entre amigos, de super panas
por el calibre, que el ganador del Oscar es un director mexicano y la
posibilidad de que González Iñárritu al momento de dar su discurso de
agradecimiento lance desafíos a los gobiernos de México y Estados Unidos para
revisar la situación de un pueblo migrante que sufre a los dos lados de una misma
frontera, termina siendo una de las claves políticas más importantes para
entender la reciente ceremonia de entrega de los premios de la industria
cinematográfica norteamericana y el contexto que los rodea.
Sean
Penn, actor, guionista y director de películas, es conocido
por sus posiciones radicales y su activismo que lo ha llevado a
incursionar en política. Su empatía está orientada hacia la izquierda y al
campo social, incluyendo la ayuda humanitaria, algo en la línea de
Oliver Stone con quien públicamente había señalado su amistad con Hugo Chávez. Fue
Chávez, de hecho, quien dio lectura a una famosa carta escrita por Penn en
contra de Bush en donde lo acusa fuertemente. Es este el personaje que lanza la
sonora frase de “quién le dio una visa de trabajo a este mexicano hdp” cuando
anuncia el ganador del Óscar. En realidad está poniendo el dedo en la herida.
Toda
la diversidad y aparente apertura y tolerancia que se ve en la espectacular gala
dirigida a las razas y orientaciones sexuales con presentadores abiertamente declarados
gays, los besos y los abrazos están escritos en un guión y en realidad esconden
un complejo entramado simbólico de prejucios y relaciones subalternas que guardan
viejas disputas y reivindicaciones. Como lo ha dejado ver el halcón
ultraconservador Donald Trump en el núcleo duro de la sociedad norteamericana
no ha caído nada bien que por segundo año consecutivo un director mexicano, o
hispano, gane el premio más importante de la industria del entretenimiento,
patrimonio reclamado en exclusividad por el poder blanco anglosajón porque no
sólo importan los miles de millones de dólares que mueve esta gigantesca
industria sino también las representaciones y los roles atribuidos simbólica y
culturalmente.
Más
allá de la frívola y superficial esencia de esta ceremonia escondida tras una
pomposa etiqueta, quedan estas expresiones como testimonios auténticos de seres
humanos brillantes adaptados a la alta competencia. México y Latinoamérica
ganan mucho con este premio pues quien lo recibe públicamente señala que no ha
renunciado a sus raíces. Un espaldarazo al orgullo del mestizaje y la raza, como llaman en México al pueblo.
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