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El enemigo interno o ¿cómo entender las matanzas en Estados Unidos?


Pienso que particularmente para quien es padre o madre resulta abominable el asesinato de 20 niños y niñas de 6 y 7 años en una escuela de Newtown, Estados Unidos. Pero esto sólo revive una vez más el debate sobre las causas que han conducido a la potencia mundial a pasar reiteradamente por escenas de este tipo. Se ha dicho que una razón que impide conocer a profundidad los motivos de los tiroteos es que los asesinos invariablemente se suicidan luego de cometer las más grandes atrocidades. Esto es un hecho que en primera instancia resultaría concluyente. De ahí la novedad hace unos meses cuando en la premiere de Batman en Aurora, otra pequeña ciudad de Estados Unidos donde ocurrió un tiroteo, el villano de carne y hueso fue atrapado vivo, con lo cual la puerta al análisis y estudio psicológico de una mente criminal de repetida ocurrencia en Estados Unidos quedaba abierta. Sin embargo decir que el suicidio del autor o autores materiales de las matanzas es el principal obstáculo para entender el por qué de tales acciones es creer que solo la mente y personalidad individual del sujeto que comete tales atrocidades puede explicarse a si misma, ya sea a través de su propio testimonio o aun por medio del sometiendo a tests y pruebas psicológicas y neurológicas de todo tipo, disminuyendo así la importancia del análisis de la conducta social y colectiva que también se expresa en tales acciones. No caen rayos fulminantes en cielos totalmente despejados.

Desde una perspectiva disciplinaria, de poder, entender las causas que están detrás de tales conductas es fundamental para establecer una vía de prevención y control. Para los defensores del estatus quo esto implicaría la conveniente posibilidad  de aislar a individuos potencialmente peligrosos para que el resto del conjunto social siga exactamente igual. Esto es como creer que la "anormalidad" puede ser prevenida y por tanto encarcelada o excluida, por esta vía llegamos a aquello de que resulta mejor matar delincuentes en los vientres de sus madres. 

En un nivel más macro es posible rastrear al menos tres factores repetitivos en las constantes matanzas con armas de fuego en ese país.

Hay evidentemente un entorno simbólico violento que alimenta y también determina, de manera no esclarecida aun, este tipo de conductas. Podemos decir que la existente violencia sistémica que se expresa tanto en medios de comunicación, en sus noticias, cuanto en representaciones sociales y en contenidos de todo tipo, de distintas maneras se ha naturalizado en la convivencia diaria haciendo invisible, en un primer vistazo, factores que constituyen un perverso caldo de cultivo. El resentimiento y saña con los que actúan los perpetradores en las matanzas se manifiesta como inequívoca voluntad de revancha con un mundo que, de alguna manera, les resulta absolutamente hostil y aborrecible. Ese mundo que los ha agredido, mental y muchas veces físicamente y frente al cual han represado su resentimiento hasta que estalla. Este factor sistémico lo tenemos tan incorporado globalmente en la rutina diaria que resulta improbable percatarnos de sus características salvo que se haga un ejercicio de abstracción para notarlo, resulta entonces que la pregunta de por qué suceden estas cosas parece muy ingenua. La diferencia entre estos asesinos y el resto de personas es que la mayoría de seres humanos logramos responder las agresiones del mundo exterior también simbólicamente mediante procesos de represión incorporados socialmente. Un asesino ha roto con la prohibición de agredir violentamente a otra persona porque no puede reprimir sus deseos.

Por otro lado, en el caso concreto de los Estados Unidos se trata de una sociedad en donde el acceso a armas de todo tipo resulta no sólo fácil sino un hábito compartido por la práctica totalidad de hogares estadounidenses. Esa permisibilidad resulta evidentemente perniciosa para garantizar la convivencia pacífica, sin embargo el lobby de la industria de armas (junto a la del entretenimiento y la automotriz uno de los pilares lucrativos del capitalismo norteamericano) hace difícil que se pueda repensar en el corto plazo en un cambio de la legislación al respecto, ya que la posesión de armas es una costumbre profundamente arraigada en los Estados Unidos y los hábitos son muy difíciles de cambiar. Sin embargo, uno de los elementos que repetidamente llama la atención e indigna es la facilidad con la que estas personas acceden a armamento sofisticado y terriblemente letal. Se estima que existen 300 millones de armas en los Estados Unidos, prácticamente una por persona. La pregunta de Michael Moore de ¿a qué le tenemos tanto miedo? resulta muy pertinente para la cultura norteamericana.

Finalmente se suma un factor que agrega gravedad y horror: la planificación de los hechos. Estos asesinatos han sido evidentemente pensados para producir el mayor daño posible. Los asesinos acuden a sus escenarios pertrechados como si fuesen a una guerra, con tres o cuatro tipos de armas encima, armas cortas, largas, automáticas, semi automáticas, de tal forma que cuando agoten las municiones de una la reemplacen inmediatamente por otra y puedan atravesar pasillos y habitaciones acabando con cuanta persona se cruce en su delante hasta finalmente, en el clímax de la locura y sinrazón, pegarse un tiro en la cabeza y llevarse todas las posibles respuestas individuales consigo. Los escenarios de las matanzas son previamente seleccionados y la planificación de hechos de esta naturaleza sucede, seguramente, a lo largo de mucho tiempo, durante el cual el resentimiento social solo encuentra más y más razones para finalmente dar lugar a la matanza.

Desde el resto del mundo y en particular desde Latinoamérica no se puede ser más que observador de una realidad que se entiende desde factores sistémicos, pero que resulta impenetrable en sus conductas particulares. De cualquier forma la solución no será, en ningún caso, el tener la posibilidad de aislar previamente al potencial criminal, sino generar las condiciones de posibilidad para otro tipo de convivencia social quizás no libre de agresión, por que algo así es imposible, pero sí libre de armas.

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